NOTICIAS DE LOS PERIODISTAS DE GUANAJUATO







HISTORIA DE LA PRESA DE LA OLLA.

ISAURO RIONDA ARREGUÍN.




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20-06-2014


Isauro Rionda Arreguín

Cronista de la ciudad Guanajuato

La región más sui generis de toda Nueva España, sin duda alguna lo fue el territorio chichimeca, que actualmente ocupa el Estado de Guanajuato.

En los principios coloniales habitado por el más indómito, salvaje e incivil de los autóctonos, el llamado por los pueblos cultos de la meseta central: el chichimeca. Que estaba formado por grupos más bien errantes que sedentarios, que cambian de lugar conforme se agotaban los frutos y la caza, pues desconocían la agricultura y todo tipo de trabajo creativo; vestidos de pieles crudas y de acuerdo con la diversidad de climas que tenían que conocer en su constante cambio de habitación; alimentados con frutos y carnes que proporcionaba el medio geográfico, y que ingerían sin preparación o condimento alguno; bajos de estatura, de color moreno cenizo, de carnes enjutas, musculosos y fuertes; acostumbrados a largas caminatas y a soportar todas las manifestaciones de la naturaleza, por crudas que fueran; al parecer, sin una religión definida, ni sistema de convivencia social, solamente unidos en pequeños grupos por los lazos sanguíneos; diestros en el uso del arco y flechas, para lo que desde su infancia recibían esmerada educación, pues su supervivencia dependía en mucho de tal pericia; pasaban su existencia en guerra constante con los otros grupos chichimecas, por el dominio temporal de un territorio rico en frutos y animales, por el hurto de las mujeres jóvenes, por incursiones que hacían a territorios de pueblos sedentarios en busca de objetos de su gusto que robar, o simplemente por el placer de matar, lo que verdaderamente les brinda un gran jubilo, pues el que más mataba semejantes era reputado como mas valiente, y esto era su máximo orgullo.

En la canturía número XVI, y en el corazón de estas tierras, hay muchos vestigios de asentamientos humanos, de considerable nivel cultural, pero son solo eso, vestigios, pues estaban abandonados y en ruinas, y posiblemente los chichimecas tuvieron mucha culpa de su desalojo y expulsión de habitantes, sin omitir la posibilidad de otras causas concomitantes, como sequías, enfermedades, etc.

Enseguida de realizarse la conquista del Valle de México, y aun antes de que las tierras explotables de esa zona hubieran sido totalmente repartidas entre conquistadores y conquistados, los españoles y sus aliados indígenas empezaron a acercarse al Gran Chichimeca, como se le llamaba al territorio ocupado por estos, por los llanos y cerros donde esta Querétaro.

La primera "entrada" oficial a este territorio, al parecer fue organizada por el mismo Hernán Cortés, llegando hasta el Pánico, donde fundaron una villa. En 1526, el mismo conquistador Cortés, que ya contaba con una amplia información sobre la tierra chichimeca, planeó y organizó una expedición conquistadora, de la que no hay certeza se haya realizado. En 1530, el nefasto Nuño de Guzmán pisó el suelo del actual Estado de Guanajuato, sin que haya pruebas de haberse adentrado en él.

Los habitantes del Chichimeca abajeño muy pronto tuvieron contacto con el hombre blanco, bien representado por el religioso franciscano; pues desde 1526, con la conquista de la región de Acámbaro, llegaron a nuestro suelo los primeros miembros de la Seráfica Orden, que muy pronto también estuvieron en Yuriria, la que luego dejaron a los agustinos.

Desde 1533, Don Vasco de Quiroga había creado junto a su hospital de Santa Fe de la Laguna de Michoacán, un centro catequizador para indios, el que fue confiado a los franciscanos, y al que con frecuencia acudían los chichimecas que merodeaban más acá del Río Grande, ahora Lerma.

Nos dejaron dicho, Motolinía y Mendieta, que antes de 1539 habían entrado al suelo de los chichimecas algunos franciscanos; y en ese año, otros dos frailes anduvieron por el mismo territorio, los que fueron recibidos pacíficamente y sembraron rudimentos de su fe.

Al terminar los años cuarentas del siglo XVI, los españoles ya casi se habían repartido, las repartibles, tierras situadas alrededor de la capital colonial, y rápidamente se iban acercando a la región otomí de Jilotepec; pues eran muchas las peticiones que las autoridades recibían, para dotar de estancias para ganados mayor y menor, y además éstos se habían multiplicado mucho y causaban daño a la agricultura, así como para satisfacer las nuevas solicitudes de dotación de estancias.

En la década de 1540-50 el Virrey comenzó a otorgar mercedes de estancias para ganados en la región de los chichimecas, empezando del sur hacia el norte, llegando pronto a los terrenos del otomí Querétaro, para pasar luego a las tierras del actual Celaya y los Apaseos. Por otro lado, los habitantes de Pátzcuaro, que en repartimientos iguales ya habían agotado el suelo cercano a la Ciudad de Michoacán, llegaron hasta el Río Grande y lo brincaron, al ser dotados de estancias ganaderas en territorio del dominio chichimeca.

Por esas dos vías, pronto el Bajío y las sierras que lo circundan, empezaron a ser repartidas en extensiones de tierras considerables, destinadas a las crías de ganados, sobre todo de los mayores.

Así, la región que actualmente ocupa la ciudad de Guanajuato, fue en 1546 otorgada a Rodrigo Vázquez, como merced para estancia de cría de ganado mayor.

Estos primeros estancieros guanajuatenses se encontraron sin hombres que los ayudasen en las labores de pastoreo; el semihabitante de la región, nuestro chichimeca, no tenía el hábito del trabajo, ni sentía apego a un lugar fijo, ni mucho menos conocía la sujeción del hombre por el hombre. Razones por las cuales no fue posible dedicarlo al cuidado de ganados. Ante tal circunstancia, el español trajo mestizos, negros e indios de Tlaxcala, Michoacán, Valle de México y provincia de Jilotepec; los que no únicamente se dedicaron al cuidado de los ganados de los estancieros, sino que fundaron poblaciones que fueron desarrollándose con el paso de los siglos.

En 1546, desde Guadalajara partió el convoy explorador que descubriría las ricas vetas de plata de Zacatecas. Con lo anterior, todo se aceleró el aluvión de personas subían del centro al norte, los que bajaban del desierto a la capital virreinal, todos en busca de riquezas fáciles y aturdidos por las fantásticas leyendas que se formaban sobre Zacatecas; el norte despertó el interés de todos. Muchos cambiaron de giro sus actividades, otros buscaron giro. Para explotar Zacatecas y otros fundos mineros que se iban encontrando, se hacía necesario contar con un camino seguro. Ya existía uno de México a Querétaro, pero era necesario proseguirlo hasta el lugar de los recientes descubrimientos mineros. El camino se prolongó, atravesando parte del Bajío y la sierra, para adentrarse en las áridas tierras norteñas.

Entre 1554 y 1557, a la mitad del territorio comprendido entre la ciudad de México y las minas de Zacatecas, se encontró plata en abundancia y nació Guanajuato, lo que aceleró aún más el flujo de aventureros en busca de riquezas.

En los primeros tiempos de contacto entre el español y el chichimeca, el segundo asistió a éste constante transitar y transformación de su hábitat, solamente como espectador, admirado ante lo que no se explicaba, pero pronto entendió que sus llanos y montañas ya no estaban libres a su paso. Lo que fue suyo, empezó a dejar de serlo, lo que ocasionó que cambiase de actitud y se convirtiese en desconfiado y hostil hacia su nueva experiencia. Además, el estanciero y el minero hispanos, no obstante, sus acarreos de indios de otros lugares, lo que les salía caro, insistían en aprovechar la fuerza de trabajo del chichimeca, lo que sí lo hubieran logrado, habrían abaratado los costos de producción; hacían pues lo posible al caso, pero sin ningún éxito. Así, cuando por los medios de la invitación y convencimiento no lo lograron, tomaron otros ya drásticos, como capturarlos y obligarlos por la fuerza a trabajar, atacándolos sorpresivamente y destruyéndoles sus transitorios campamentos, persiguiéndolos enconadamente para esclavizarlos, arrancándoles sus mujeres e hijos, impidiéndoles la recolección de los vegetales que los alimentaban, como ahuyentándoles la caza que les proporcionaba carnes y pieles. Ante tal incomprensible injusticia para el chichimeca, defenderse era lo único que podía hacer, y tal defensa era la guerra, guerra de guerrillas, de dañar las retaguardias de los convoyes y correr a lo abrupto de la montaña, asaltar y huir, matar antes de ser matado, quemar cosechas, robar ganados, no dejar vivo a un solo enemigo, y estos lo eran el hispano y el indio aliado al blanco.

Larga guerra, medio siglo de crueldades por ambos contendientes, en un territorio amplísimo, de Querétaro a Zacatecas, y en ocasiones se dilató aún más. Guanajuato quedó pues en el centro geográfico de esta guerra.

El conquistador vio en peligro sus nuevas y codiciadas posesiones ganaderas y sobre todo mineras del norte, por lo que las autoridades virreinales rápidamente pusieron en práctica tres posibles soluciones: patrullas de soldados; creación de poblaciones estratégicamente situadas, naciendo así San Miguel el Grande, San Felipe, Celaya y León, que fueron poblados por estancieros españoles, indios aliados, mestizos, negros, mulatos y unos pocos chichimecas que gustaron de la nueva vida a la española; y construcción de fortalezas, que llevaron el nombre de presidios, que servirían de refugio a los viandantes de los caminos o habitantes de los poblados.

De estos últimos, en las minas de Guanajuato, según nos dice Don Lucio Marmolejo en sus efemérides de este lugar, hubo cuatro en los primeros tiempos, uno en el mineral de Santa Ana, otro en Marfil, uno más en el actual barrio de Tepetapa y el último en el cerro del Cuarto, que sirvieron para protección de vidas y haciendas de los mineros y sus familias, contra los constantes ataques de los aguerridos y cueles chichimecas. De lo visto resulta, que son tres las causas del nuevo poblamiento en el siglo XVI del ahora Estado de Guanajuato: el desplazamiento de las estancias ganaderas del centro hacia el norte y del territorio de los tarascos al de los chichimecas; los fabulosos descubrimientos mineros de Zacatecas y Guanajuato, y la creación de poblaciones protectoras de vidas y riquezas.

En estos primeros tiempos coloniales, la minería zacatecana ocupó el primerísimo lugar de toda la Nueva España, sin embargo, Guanajuato se hizo notar al iniciarse la explotación de Mellado, Rayas y otras minas; lo que obligaba a contar con mano de obra. Como la región no la proporcionaba, al igual que los estancieros ganaderos, los mineros, tuvieron necesidad de traer indios del Valle de México, Michoacán y otros lugares, los que fueron alojados en zonas que luego formaron barrios que contaron con su propio hospital y capilla. Una vez que terminaba su periodo de tiempo de trabajo forzado, muchos no volvían a sus pueblos, permanecían en el Real de Minas, pues así escapaban de su condición tributaria indígena; pues aquí no estaban sujetos a las encomiendas o servicios personales, además de que los salarios eran buenos en comparación con los de otros lugares; pronto adquirieron costumbres europeas y fueron perdiendo sus lenguas y aprendiendo la castellana; nuevos usos y costumbres les aparecieron. Las minas de Guanajuato también recibieron una buena dosis de negros, mulatos y mestizos, que con el tiempo se mezclaron con los demás grupos. La minería guanajuatense en su ascendente desarrollo necesitó, para apoyarse, de hombres, bestias de carga, alimentos, instrumentos de trabajo, vestimentas, etc, y esos y otros más se los irá a proporcionar el Bajío y la montaña cercana.

La indiscutible riqueza argentífera de Guanajuato y por lo tanto las buenas rentas que la Corona recibía de tal, trajeron como consecuencia que el rey pronto se fijara en ello, haciéndolo patente por medio de la donación de una imagen de la Virgen María que llegó al Real de Minas en el año de 1557, y que desde entonces se venera en este lugar con el nombre de Nuestra Señora de Guanajuato; también el poblado se desarrolló, sobre todo a las veras del río, que actualmente atraviesa la ciudad, por la necesidad del agua para el laboreo minero como para la vida de humanos y animales; pronto fue Alcaldía Mayor, y para fines de la centuria décima sexta ya llegaba el número de pobladores a cerca de cuatro mil almas, por lo que se había constituido una parroquia con su párroco y demás clérigos sus ayudantes, para la administración religiosa de los vecinos de Guanajuato y sus minas. Es casi seguro que para la primera mitad de siglo XVII la mayor parte del Bajío estaba ya ocupado por mercedes para estancias ganaderas, las que fueron cambiando de su primitivo destino a agrícolas, por la creciente demanda de alimentos que hacía la minería, sin abandonar del todo la cría de ganado que también consumía ampliamente el mismo mercado.

Tres favorables circunstancias estuvieron juntas, que hicieron de esta región la más especial de la colonia: la feracidad de las tierras del Bajío, la grandiosa riqueza minera de Guanajuato y la cercanía de una a otra.

El desarrollo de la agricultura y la minería, estarán íntimamente unidas entre sí, dependiendo mutuamente de su florecimiento.

La minería sólo podía producir, si contaba con suficientes alimentos para hombres y animales; así, si había una seguridad en el suministro de alimentos, la minería podía incrementar su industria, llegando al grado de beneficiar el mineral más pobre, y por lo tanto obtener mayor ganancia.

Desarrollando más la minería, se requeriría de mayores índices de alimentación, lo que a su vez ocasionaría un fomento más para el también desarrollo de la agricultura que se vería impulsada a producir más, y para tal, a realizar obras de infraestructura, como la construcción de fuentes de irrigación, lugares de almacenamiento, etc.

Pero no solo la necesidad minera de Guanajuato hizo que parte de las tierras cambiasen de ganaderas en agrícolas, sino que las mismas autoridades planearon destinar algunas regiones (Silao e Irapuato) a la producción de alimentos que mantuviesen a la minería.

Aparte de los alimentos, la región se verá obligada a producir otro útiles para las minas, como: asnos, mulas, caballos; cueros crudos y labrados, los unos para bolsas de desagüe, costales y amarres, los otros para cintos, arneses, calzados; artesanías utilitarias, sobre todo cerámica y cestería; herrería, como clavos, herrajes, herramientas, etc.

Por lo tanto, paralelo a los dos desarrollos mencionados, también apareció una intensa industria artesanal y un comercio. Así nació todo un complejo minero, agrícola, ganadero, industrial - artesanal y mercantil, que tuvo su teatro en el Bajío y sierras adyacentes, que inició su ascenso desde el siglo XVI, para alcanzar su pleno desarrollo en el siglo XVIII.

En ningún otro sitio de la Colonia, sólo en territorio guanajuatense, se dieron las condiciones favorables para el nacimiento de un complejo económico igual, no sólo autosuficiente, sino además abastecedor del amplio norte y del cercano centro.

Las condiciones físicas estaban dadas, y si bien es cierto que ese complejo se inició desde el siglo XVI, no se mantuvo en éste y el siguiente siglo en velocidad vertiginosa, como era lógico deducirlo, sino más bien, despierto y con vida pero en lento ascenso; y fue hasta la segunda parte de la centuria de las luces, cuando se unieron a las condiciones dichas, otras de carácter financiero, legislativo y humanas, para llegar a hacer de Guanajuato la región más rica de no solamente la Nueva España, sino de todos los dominios hispanos en el mundo.

Al principiar el siglo XVII, Guanajuato había adquirido mucha importancia, pues era considerado como uno de los primeros centros mineros de la Nueva España, pero no el primero, pues este lugar lo ocupaba Zacatecas. Pero sin embargo, contaba el lugar para el año 1630 con más de trescientos vecinos españoles, aparte de los indios y castas, dando entre todos un total aproximado de 5000 habitantes; había parroquia, con templo en la capilla de los indios tarascos; y desde 16616 había sido declarado como Santo Patrono del poblado San Ignacio de Loyola; se contaban con hospitales para indígenas otomíes, mexicanos, tarascos y masaguas. Entre los catorce Alcaldes Mayores que en el Obispado de Michoacán, como una distinción, nombraba directamente el Virrey, se encontraba la plaza correspondiente a Guanajuato, con un sueldo anual de 2500 pesos, superior a los otorgados a los Alcaldes de Taxco, Pachuca, etc. Igualmente, el mismo Virrey nombraba dieciocho jueces repartidores de indios, para trabajar en las minas, y uno de esos funcionarios se encontraba en las Minas de Guanajuato desde principios de siglo, para atender las necesidades de mano de obra de la minería. A fines del siglo que tratamos, a esos jueces se les conoció con el nombre de Jueces de Minas y Tandas. Al principio los oficios de Alcalde Mayor y Juez repartidor se otorgaron a personas diversas, posteriormente, la misma persona reunió los dos puestos y aún otros, como el de Teniente de Capitán General.

Las riquezas mineras de Guanajuato ocasionaron la aparición de "ladrones y salteadores de caminos, que se habían multiplicado de la manera más escandalosa" en los contornos de la población, por lo que, en 1633, se nombraron los primeros Alcaldes de la Hermandad, encargados de perseguir y castigar a estos malhechores.

Hacía tiempo que en Marfil se había creado un curato, y entre éste y el de Guanajuato no eran ya suficientes para atender a toda la feligresía de los contornos, por lo que en 1640 se erigió el curato del Real de Minas de Santa Ana, para coadyuvar en sus deberes a los otros dos.

El remedio anterior, pronto no fue suficiente, pues dado el constante crecimiento de la población, la necesidad de pasto espiritual continuó en ascenso, pues el poblado que años antes estaba comprendido entre los lugares donde actualmente se encuentran el templo de Belén y Mercado Hidalgo, hasta el Jardín Unión y Teatro Juárez, fue extendiéndose por las actuales calles de Sopeña, San Francisco, Campanero y San Pedro; y el clero secular no era bastante para administrarlo, por lo que en la década de 1600-70 se fundó y consolidó el primer convento del clero regular que hubo, el de los Franciscanos Descalzos, también conocidos por Religiosos de San Diego o de San Pedro de Alcántara.

Los primeros tenían la dificultad de que para pagar los impuestos de la minería tenían necesidad de cargar con sus platas y oro, para ser diezmados y quintados respectivamente, hasta la ciudad de México, donde había Real Caja, y de donde dependía fiscalmente Guanajuato. La distancia por recorrer era larga, los gastos subidos, muchos los peligros de pérdidas, las cantidades de minerales sacados de la tierra fueron en constante aumento, por lo que en el año de 1665, por disposición Real se fundó la Real Caja de este lugar, en atención a la importancia que había adquirido la minería en Guanajuato y la agricultura del Bajío. El mismo crecimiento de la población, obligó a la construcción de un templo parroquial más grande, pues el que se tenía (actual templo de los Hospitales) resultaba ya incapaz para admitir a los creyentes; por lo tanto, se inició la construcción del nuevo (actual basílica) en 1671, para terminarse en 1696, pagando su costo los mineros guanajuatenses.

Don Lucio Marmolejo sostiene que el poblado fue elevado a la categoría de villa en el año de 1619, y Don Fulgencio Vargas dice que lo fue en el de 1679, aportando ambos, documentos en que basarse para tales aseveraciones, pero ninguno apuntala su dicho con más pruebas que reciamente confirmen lo aseverado. Pero en lo que si no hay duda es que fue villa a partir del siglo XVII.

Al terminar esta centuria la villa contaba con una población aproximada de 16000 habitantes; había 47 haciendas de beneficio de metales, con un número cercano a 250 arrastres entre todas, aparte de los zangarros (haciendas de uno o dos arrastres); trabajaban exitosamente gran número de minas, entre ellas sobresalían las de Cata, Sirena o Serena, Mellado, Rayas, etc.

Como ya decíamos renglones arriba, en la primera mitad del siglo XVIII, Guanajuato era uno más de los centros mineros de la Nueva España; rico, pero que no se había distinguido como de primera línea; como también decíamos, Zacatecas seguía adelante. Por lo tanto, el Bajío que era ya un gran proveedor interno y externo a su zona, tampoco se había convertido en el gran granero que llegó a ser. Lo anterior se debía a condiciones que no propiciaban el desarrollo minero de Guanajuato, y por consecuencia, el agrícola, ganadero, industrial y comercial.

Veamos las condiciones de la minería en esa época y sus inmediatas auxiliares: En general hubo escasez de capitales para la aplicación minera. Ningún minero llega rico a la minería, sale rico de ella, o más pobre. Por lo tanto, necesitará siempre de refaccionamiento pecuario. Para tal motivo ocurría a la Iglesia o al prestamista. La primera no fue amante de aventurar sus capitales en algo tan incierto como el producto minero, en general prefirió más seguridad, como la que daban la agricultura o el comercio; sin embargo, aunque poco, no dejó de invertir o prestar algo en la minería. Por lo tanto, casi siempre el minero necesitado recurrió al prestamista, que no se encontraba en esos Reales mineros, sino en la capital virreinal, el que como buen usurero prefería prestar con las mayores seguridades de rescate y ganancia de su capital, o sea con altos intereses, plazos cortos y mediante contrato muy favorable a él. Y no cabe duda que Guanajuato era prometedor, pues buen número de éstos créditos eran concebidos a mineros de la localidad.

Sin embargo esos prestamos no sacaban del atolladero a los mineros, sino al contrario, en general los hundían más, pues las minas más importantes ya eran muy profundas y por lo tanto sus gastos de laboreo más altos. Entre éstos, el azogue, ingrediente fundamental para la separación de la plata de las "impurezas", era escaso, pues por motivos del monopolio oficial de éste, sólo podía venir de España, y el que llegaba, ¡si llegaba! era poco para el que se necesitaba y caro, a 82 pesos el quintal. Los mineros siempre andaban en espera de éste, el que nunca se sabía cuando llegaría y en que cantidad; por lo tanto muchas minas y haciendas de beneficio paraban sus trabajos, mientras había poco o nada de azogue, pues escasos eran los que se podían dar el lujo de almacenar el mineral hasta la llegada del azogue. Si no había azogue el beneficiador no trabajaba y por lo tanto no le compraba al minero, y éste se veía obligado a suspender la extracción, o sea el trabajo en la mina. Pero sin embargo los intereses de los prestamos seguían corriendo; éstos no se suspendían y el minero se endeudaba más.

La pólvora, que ya en la primera mitad del XVIII se usaba muy profusamente en Guanajuato, era manufacturada solamente por concesión a particulares, dada por el Estado, y muy controlada por éste; la que también era escasa y cara, y el no contar con ella, hacía que los costos de laboreo ascendieran, pues para no parar la extracción de mineral se tenía que ocurrir al método de "lumbradas", que era mucho mas caro, lento, peligroso, además de que nos pelaban los cerros. La sal y el cobre, otros ingredientes necesarios para la amalgamación, eran traídos a lomo de mula desde Colima y Michoacán respectivamente; subiendo el precio muy considerablemente por el largo trayecto que se tenía que recorrer. Todo lo anterior acarreaba que la minería siempre estaba endeudada con los que la aviaban; con la Real Caja, sobre todo por el suministro de azogue, lo que en muchos casos llevó a la quiebra a varios mineros y beneficiadores, con los consiguientes cierres de minas y haciendas.

A lo dicho hay que sumarle la poca mano de obra que había en Guanajuato. Aunque la minería era un buen aliciente, por el buen salario, 4 reales diarios y partido, la libertad de tránsito y escaparse de impuestos y prestaciones obligadas, para que llegasen hombres que trabajasen en ese giro, como así sucedía; sin embargo, había algunos tropiezos que hacían que siempre se necesitasen más brazos; esos eran: el trabajar de las minas pocas veces rebasaba los 40 años de edad, tanto por la muerte, accidental como por enfermedad profesional la zona agrícola hacía lo posible para que no se le escaparan los trabajadores, pagándoles más, y tratando de acasillarlos por medio de deudas; la vida de vicio y pendencia, que era mucha, también arrancaba hombres para llevarlos a la cárcel o al otro mundo. Lo dicho, obligaba a una competencia entre empresarios mineros que se reflejaba ofreciendo mayores salarios, y que ocasionaba que los que no tenían dinero suficiente, o conseguían o cerraban. Esos mayores salarios, unidos a otros costos altos, traían a la minería en la quinta pregunta.

Por consecuencia, la compra de bestias, alimentos, cueros, era poca; lo que se traducía en también poca producción en el Bajío; se producía lo estrictamente necesario para cubrir la corta demanda.

No obstante la mala situación económica de los primeros cincuenta años del siglo XVII, la minería guanajuateña no estaba muerta, sino todo lo contrario, muy lejos de ello, aunque con sumos trastornos, iba aunque lentamente en subida y tal lo comprueban que en el año de 1924 la antigua mina de Cata tuvo una gran bonanza que duró una década y permitió la edificación de un templo que fue inaugurado en el siguiente 1725, donde se venera el Cristo de Villaseca; en 1726 se terminó la construcción del templo de San Roque; en 1727 los religioso Betlemitas establecen un convento en Guanajuato; Don Francisco Matías de Busto Moya Jerez y Monrroy, en el año de 1730, recibe el título de armas de Vizconde de Durán y Marqués de San Clemente; en 1732 los jesuitas se establecen en Guanajuato, con la pretensión de llegar a crear en él un colegio; en el mismo año se termina la edificación del templo dedicado al culto de la Virgen de Guadalupe; en 1733 los vecinos de las calles céntricas del lugar arreglan el piso de éstas, poniendo el primer empedrado que hubo; en 1738 se proyectó resolver el problema de la escasez de agua que padecía crónicamente la población trayendo el líquido desde la sierra, para lo cual se cobra un impuesto, pero no llegó a ejecutarse la solución; se inicia en 1741 la construcción de la Presa de la Olla, para ahora sí dotar de agua a la población guanajuatense; en el mismo año por disposición del Rey de España, se eleva a la categoría de ciudad a Guanajuato; en 1747 se dan principio los trabajos de construcción del templo de la compañía de Jesús; en 1749 se concluye la mencionada Presa de la Olla, y Guanajuato cuenta con reserva de agua para sus habitantes. La precaria situación de los primeros diez lustros del XVIII, cambió en la segunda mitad del mismo siglo, en forma muy favorable.

En la década de 1760-70, los prestamistas de la ciudad de México, después de sonados fracasos de sus inversiones en las minas de Mellado, Rayas, Cata, Sirena y otras, retiraron sus avíos a la minería guanajuatense. El campo quedó abierto para que los comerciantes de Guanajuato y Reales cercanos, que eran aproximadamente 150, se convirtiesen en "aviadores" de la minería del lugar, aviando con mercancías y dinero no sólo a los mineros extractivos, sino también a los "rescatadores" o compradores de mineral, y a los "hacenderos" o refinadores. De prestamistas pasaron a "refinadores”, al comprar o alquilar haciendas de beneficio de metales y hacer ellos mismos el proceso de separación de la plata; luego "rescataron" o sea compraron personalmente el mineral en las bocas de las minas, y finalmente se convirtieron en mineros al adquirir barras o acciones en algunos fundados. Así los antiguos mineros en bancarrota constantemente, fueron en parte, desplazados de la minería, como también los prestamistas capitalinos. A partir de este momento, en la década antes dicha la minería de Guanajuato, será trabajada y financiada por los elementos de la misma localidad.

A lo anterior, se vendrán a unir varias circunstancias favorables. Estas fueron:

La política social y financiera de Carlos III, que se tradujo, entre otras disposiciones, en adquirir más puertos al comercio, tanto de España como de América, lo que hizo más fluido a éste y menos costosos los artículos que mutuamente se necesitaban entre ambos continentes.

En 1750 el quintal de azogue tenía un costo de 62 pesos y fracción, aunque había bajado de precio, todavía resultaba caro; en 1777 con todo y transporte hasta Guanajuato se redujo a menos de 44 pesos; lo anterior con la idea de favorecer la explotación minera, como así sucedió.

Dejó casi de usarse el método de fundación y se propagó más el de amalgamación, que se hacía con azogue; también se logró sacar mayor cantidad de plata al beneficiar metales de poca ley, y con poner a producir minas abandonadas, o abriendo otras nuevas. Además se permitió la búsqueda en territorio mexicano de yacimientos de Mercurio para auxiliar a los de Almadén; al respecto fue poco el éxito y se siguió necesitando que siguiese llegando de España; pero además ya podía venir de Perú, Alemania y Asia.

La pólvora, como ya se dijo, era otro elemento necesario para el trabajo minero, ésta había venido siendo elaborada por particulares que conseguían la concesión del Rey, mediante una renta; hasta que en esta época de reformas, fue estancada y administrado por el gobierno directamente, lográndose reducir el precio de 8 reales que valía antes, a 6 reales primero, y luego a 4; lo que redundó en beneficio de la minería.

Se exceptuó del impuesto de alcabalas a todas las materias primas, herramientas y algunos alimentos, necesarios para el fomento minero.

Hasta finales de 1767 se tenían muchos problemas para contar con trabajadores mineros constantes, pues éstos eran muy indisciplinados, muy dados a la holganza y a los vicios, lo que ocasionaba constantes delitos, sobre todo contra los patrimonios y de sangre; también muy seguido se cambiaban de un trabajo a otro, en busca de mayores ganancias, que no eran aplicadas para vivir mejor, sino dilapidadas en alcohol y, juegos de azar. Su salario era bueno, para la época y circunstancias, alrededor de 4 reales diarios más producto del partido, mientras que un trabajador del campo ganaba no más de 2 reales diarios, más un pedazo de tierra para cultivar.

Guanajuato, como lo dice Fernández de Souza era el imperio del vicio y la delincuencia; llena de tugurios de toda ralea, prostíbulos por doquier, palenques en cada barrio y pueblos mineros; inseguridad total de transitar por sus calles y plazas y la seguridad no la brindaba ni siquiera los atrios e interiores de templos y conventos. El día de raya, Guanajuato era todo música, cantos, gritos alcohol, cuchillos, detonaciones, heridos, robos y muertes. Todo eso lo producían los buenos salarios, la indisciplina y la libertad que llegaba al libertinaje, en que vivía el gremio minero.

Este grupo, muy pronto tuvo conciencia de defensa contra, aquello que lo perjudicaba; así, constantemente se amotinaba contra disposiciones gubernamentales, siendo lo, más notorio y resientes los de 1766 y 67. El primero, por oponerse a la imposición del estanco del tabaco, el aumento de más impuestos y por el censo que, se pretendía hacer para organizar las milicias. Seis mil mineros se situaron en las alturas de los cerros que circundan a la ciudad y entraron a ella en forma de motín", tomaron como rehén al administrador de aduanas y obligaron al Alcalde Mayor de la ciudad a firmar capitulaciones donde se derogaban las disposiciones en disputa; y el mismo Virrey confirmó ese compromiso. El siguiente año fue peor en todos sentidos; a fines del mes de junio llegó la orden de expulsión de los Jesuítas, se trató de ejecutar, el pueblo minero se amotinó, escondieron a los padres de la Compañía en las minas cercanas a Guanajuato; saquearon el almacén general de la pólvora y trataron de tomar las Casas Reales, asaltaron muchos comercios y personas sobre todo españoles. El Gobierno cercó la ciudad durante tres meses y media con un anillo de poco más de 8000 soldados. Se encarceló a cerca de 700 personas, entre culpables e inocentes, y se condenó a la pena capital a los más responsables, otros a cadena perpetua, otros a largas y cortas condenas de privación de la libertad, algunos a destierro, y a los que mejor les fue a ser a azotados públicamente; a la ciudad toda, le fue impuesta una multa anual, y a los indios se les ratificó la prohibición de tener y montar a caballo y a usar ropa exclusiva para españoles.

En este momento los obreros mineros perdieron su libertad de tránsito, pues quedaron sujetos a los “mandones" capataces de las minas y haciendas, los que vigilarían su conducta y hasta fueron facultados para aplicar algunos correctivos y obligados a denunciar toda sospecha de subversión; también se les redujo el salario a los obreros, pues desapareció el partido; y se creó un cuerpo de ejército permanente para vigilar la ciudad y sus minas de día y de noche. La vida alegre y libertina terminó, pero rencores se incubaron o crecieron los ya existentes. Aunque las medidas tomadas sujetaron al obrero al dueño de la mina o, hacienda de beneficio, esto no aumentó la mano de obra, pero si en cambio aseguró la poca que había, lo que resultarla benéfico para el auge minero.

Fue, creado el Tribunal de Minería, para toda la Nueva España, para que ventilara los casos referentes a ese ramo, dándole con eso cierta autonomía al gremio, y toda injerencia en el desarrollo de la minería.

En el año de 1783; se promulgaron las nuevas Ordenanzas de Minería; más modernas y acordes con los tiempos. Al año siguiente se puso a funcionar un Banco de Avío para la minería, el que por cierto no tuvo mucho éxito. Posteriormente iniciará sus trabajos el Colegio de Minería, que produciría muchos técnicos en la materia, que evolucionarán la extracción y beneficio de los metales.

Socialmente, lo que en esos tiempos era muy importante, los mineros fueron elevados de categoría social, poniéndolos a la altura de los comerciantes.

La división de virreinato en Intendencias, hizo que la impartición de justicia se hiciese más pronta y expedita; tocándole en suerte a Guanajuato, como segundo intendente, un Riaño, hombre que mucho ayudó a la evolución cultural y económica de la provincia.

Aunque en varias partes se otorgaron exenciones de impuestos, en Guanajuato no se dio ninguna, porque no se necesitaron, dado el desarrollo que ya tenía la minería local, gracias a la Valenciana.

Esta mina, ya conocida desde muy antiguo, pero que se había dejado de trabajar por incosteable, había permanecido por muchos años sin ser explotada. En el año de 1760, nuevamente fue saboreada por el criollo Antonio de Obregón y AIcocer, teniendo como aviador y socio a un comerciante de Rayas nombrado Pedro Luciano de Otero; más otro socio, Juan Antonio de Santa Ana, que posiblemente en algunas ocasiones los avió. Así la mina que constaba de 24 barras o , estaba dividida en 10 de 0,bregón, 10 de Otero y 4 de Santa Ana.

Pasaron hasta ocho años sin que la mina produjera, hasta que dieron con la veta. La producción masiva se inició en 1768; y para el siguiente de 1774, ya se extraían de "800 a 1000 caras de metal cada semana, de buena ley", y "los frutos de esta mina están moliendo y beneficiando muchas de las principales haciendas de esta jurisdicción y es la que actualmente, está en conocida bonanza". Y tres años después, entre barreteros, barrenadores, tenateros, faineros pepenadoras y peones, trabajaban, entre día y noche, más de 2000 personas, los que hacían ascender el monto de salarios de estos a 1200 o 1300 pesos por semana.

En los contornos de la mina y donde antes de 1760 "pacían las cabras", diecisiete años después se había formado un pueblo que constaba de "447 casas de adobe y piedra", y más de 2500 jacales, donde vivían 6100 gentes, a los que se les estaba construyendo un templo, aunque la licencia fue otorgada para capilla.

Pronto fue necesario que la mina contara con tres tiros: el de San Antonio, que fue el primero, que tenía de profundidad 227 metros, donde fueron instalados 4 malacates y costó 396,000 pesos; el del Santo Cristo de Burgos, con una , profundidad de 150 metros y con 2 malacates, habiendo costado 95,000 pesos, y el tiro de Nuestra Señora de Guadalupe, que fue él más, reciente con 345 metros de hondo y dotado o con 6 malacates, el que costo 700,000 pesos. El costo total de los tres fue cerca de 1,200,000. Suma altísima para la época, pero que, nos da idea para entender la riqueza de esa mina, y lo ricos que pronto hizo al sus dueños.

Los principales propietarios de la Valenciana no se concretaron a hacer y atesorar dinero, sino que los aventuraron "aviando" o refaccionando a casi toda la minería guanajuatense, prestando dinero a mineros, rescatadores y beneficiadores del mineral extraído de otras minas, lo que ocasionó que los comerciantes – aviadores del lugar, perdieran campo de acción, para tomarlo Obregón y Otero.

Así la Valenciana y su riqueza no sólo sirvió para hacer muy ricos a sus dueños, sino también para ayudar al gran surgimiento minero que experimentó Guanajuato a fines del XVIII y primeros diez años del XIX. Entre más riqueza salía de sus bocas, más desparrame de dinero había en, Guanajuato y en el Bajío.

Por tal motivo bien vale la pena dar otros datos sobre esta mina.

Pronto, debido a la profundidad cada vez más honda, los gastos de explotación fe hicieron más grandes, por lo que fue necesario hacer un nuevo tiro, el de San José, que llegó a tener en el año de 1810 más de 527 metros de profundidad el más hondo del mundo en ese momento, y que costó alrededor de 1,000,000 de pesos, y fue equipado con 8 malacates. Los dueños, tenían de ganancia entre todos un término medio de cerca de 1,000,000 de pesos anuales, o sea aproximadamente 400,000 pesos a Obregón y a Otero, y 200,000 a Santa Ana.

Las ganancias de los dueños fueron fluctuantes, pero siempre altas, así en nueve años, de 1794 a 1802, obtuvieron 5,791,317 pesos. Los dueños fueron los que más rápidamente se enriquecieron en su tiempo en la Nueva España y llegaron a ser de los más opulentos de la Colonia.

Así como las ganancias eran muy buenas, también los costos de explotación eran altos, llegando a ser los más costoso del reino. La mano de obra absorbía el 75% del total de gastos, pues después de 1767, a los obreros se les quitó el partido, quedándoles sólo el salario, el que tuvo que elevarse a 10 reales diarios a barreteros y barrenadores, 8 a los tenateros y 4 a los peones ordinarios trabajaban en la mina 3332 personal en diversas funciones. El gasto de pólvora también era crecido: 400,000 libras anuales aproximadamente; así de 1794 a 1802, se gastó 673,676 pesos en compra de ese elemento, o sea, un término medio por año de 65,000 pesos; pues diariamente se hacían cerca de 600 taladros para barrenos.

Igualmente se consumían al año 150,000 libras de acero para hechura de herramientas, pues se necesitaban tantas que tan sólo en el interior de la mina habían 16 fraguas. En general, los gastos de la mina fueron en aumento; en los primeros años el gasto fue de 400,000 pesos por año aproximadamente, para llegar acerca de 800,000 por año; así en 9 años, de 1794 a 1802, los costos, de laboreo fueron de un poco más de 8,000,000 de pesos, pero en cambio en ese mismo periodo tuvieron un producto de la venta de minerales extraídos de la mina, de cerca de 14,000,000 de pesos.

La Valenciana de por sí era riquísima, pero esa riqueza se pudo aprovechar gracias a su eficiente forma de explotación; así, ella sola a fines del XVIII y principios del XIX, produjo las dos terceras partes de toda la plata que se beneficiaba en Guanajuato, o sea entre el 60 y el 70%.

Prueba de lo anterior, en el ámbito de las escalas sociales de la época, es que de los cinco títulos de nobleza que hubo en Guanajuato, tres fueron producidos por la Valenciana: el conde de Valenciana; el conde de Casa Rul y el conde de Pérez Gálvez.

En esta época de apogeo minero, Guanajuato produjo entre la cuarta y la quinta parte de toda la plata extraída en Nueva España, y una sexta del total producida en toda América. O sea ocupaba el primer lugar como productor de plata, le seguían el Real de Catorce y luego Zacatecas. Para tal efecto, cada día en Guanajuato, se molían un paro más de 11,000 quintales de mineral, para lo que se contaba con cerca de 14,000 mulas que trabajaban jalando 1896 arrastres o molinos, situados en 75 haciendas de beneficio grandes y cerca de 200 zangarros, o haciendas chicas; donde se consumían para la amalgamación 4,000 quintales de azogue anualmente, o sea, una cuarta parte de todo el consumo nacional; también se necesitaban cada año 2,000 cargas de plomo y más de 25,000 cargas de sal.

Si las cifras nos parecen altas, es porque tan sala en los 38 años últimos antes de 1810 se beneficiaron en Guanajuato aproximadamente 165 millones de pesos, o sea el doble que en Potosí, Perú, en sus mejores tiempos; y esa cantidad se había extraído en mineral, casi solamente en un espacio externo de 2,500 metros, o sea en una superficie comprendida entre la mina de la Esperanza a la de Rayas; siendo la zona minera conocida en ese tiempo de 12,000 metros.

Esa riqueza le hizo decir al científico Humboldt: "sus vetas exceden en riqueza a cuanto se ha descubierto en las demás partes del mundo".

Como ya dijimos, la bonanza minera de Guanajuato de fines del XVIII y principios del XIX, repercutiría en otras funciones, como en la agricultura, la que principalmente se encontraba en las feraces tierras idea Bajío. En la Intendencia de Guanajuato había 448 haciendas, 360 ranchos independientes y 1046 dependientes, 37 pueblos y 29 estancias; donde "Entre todos laboraban cerca de 54,000 trabajadores del campo.

Las haciendas en cuanto a extensión eran las más chicas de la Nueva España, más en el Bajío que en la montaña; estas haciendas de la planicie estaban, en general, muy bien organizadas, eran "verdaderas unidades de producción"; otras sólo eran tierras bajo un solo dueño, trabajadas por diversos inquilinos; en las primeras vivía el patrón en ellas o por lo menos el administrador; en las segundas, los dueños estaban siempre ausentes; las primeras estaban bien irrigadas por vasos de captación y acueductos o canales, divididas sus tierras para las diversas siembras, de regadío, de temporal, intermedias, agostaderos, leña, etc.; las haciendas bien organizadas y trabajadas eran autosuficientes; las segundas ricas, no tenían una economía agrícola definida, pues cada inquilino producía lo que le convenía pero al dueño le brindaban muy buenas rentas.

Las tierras comunales de que fueron dotados los indígenas que se avecindaron en Guanajuato en el siglo XVI, para la segunda mitad del XVI ya casi habían desaparecido, se habían convertido en ranchos de propiedad particular o habían pasado a engrosar las haciendas.

La mano de obra era suficiente en el campo, pero siempre existía la amenaza; de que abandonaran la labranza para pasarse a la minería, por lo que los hacendados y rancheros tratando asegurar les brazos que necesitaban para atender sus tierras, hacían lo posible por sujetar a la peonada, acasillándola por medio de deudas con la hacienda; aunque aquí no se llegó a los extremos que hubo en otros lugares.

En general las haciendas y ranchos abajeños, dedicaron en el siglo XVIII, más a la agricultura, mientras que las situadas en la zona montañosa lo hicieron más a la ganadería. El Bajío de tierras ricas, la montaña de suelo pobre.

A medida que la tierra se cultivó y produjo más, estas subieron de valor, al grado que fuera de las situadas en la periferia de la ciudad de México, fueron las más caras y codiciadas.

Fue el Bajío la región más productiva de la Colonia, se le llegó a llamar "El granero de la Nueva España", pues la mayor parte de la llanura producía cosechas de entre 30 y 40 por uno, y en algunas ocasiones 180 por uno. Por ejemplo, en un año se sembraron un poco más de 26,000 fanegas de maíz, y es de presumiese que se recogió alrededor de tres millones de fanegas. Para Humboldt, la zona mejor cultivada de todo el virreinato era la región comprendida entre Salamanca y León, y le recordaba los campos de la Francia. Sin embargo, no todos los años eran de buenas cosechas; sequías o heladas, que eran y son frecuentes, muchas veces ocasionaron que las siembras se perdieran, como pasó en 1785-86, haciendo que el maíz subiera mucho de precio, quedando fuera del alcance de la gente pobre, lo que ocasionó hambre y más de 65,000 muertes en toda la Intendencia. Otro tanto sucedió en el ciclo 1809-10. No obstante ,las malas rachas, en general, en esa época, el Bajío fue la región más productiva de la Nueva España. Lo fue por fértil y por exigencia, pues la minería inmediata, tan sólo, tenía que mantener 14,000 mulas, necesarias para el trabajo minero, consumiendo 400,000 fanegas de maíz al año, aparte de otros granos, verduras, pasturas, carnes, leche, cueros, etc.

La población de la Intendencia era numerosa, la segunda de la Colonia en edad. La primera era el Valle de México. La Intendencia de Guanajuato, la más chica en extensión territorial, para 1803 tenía una superficie de 912 leguas cuadradas, poblada por 517,300 habitantes, o sea 568 por legua cuadrada, donde había tres ciudades: Guanajuato, Celaya y Salvatierra; cuatro villas: San Miguel, León, San Felipe y Salamanca; 37 pueblos; 33 parroquias y como ya dijimos, 448 haciendas y múltiples ranchos.

En la segunda mitad del siglo XVIII, este territorio tuvo el desarrollo demográfico más alto de la Colonia, pues en toda la Nueva España fue de aproximadamente el 33%, mientras que en la Intendencia de Guanajuato llego a más de 150% pues en 1742 tenía el 4.6% de todos los habitantes del virreinato, proporción que para 1793 creció al 9.4%. Así para 1810 llegó a tener 633 habitantes por legua cuadrada.

Tan sólo la ciudad de Guanajuato y sus Reales dependientes, antes de 1790 tenían aproximadamente 55,000 habitantes, para 1803 llegó a un poco más de 70,000, y para 1810 andaría por los 90,000.

Población totalmente heterogénea en sus principios: españoles, negros, mulatos, indios, mestizos; para luego convertirse en el XVIII en más o menos homogénea: mestiza; que fue y es la mezcla predominante. La región mas mestiza del mestizo México. Pues dondequiera de la Colonia la mezcla fue pueblo español y un pueblo indio y a veces negros; mientras que en Guanajuato población española y varios pueblos indios; estos entre si sumándole negros, mulatos, mestizos de otros lados, etc. No olvidemos que este territorio para habitarlo el español, primero casi lo despobló y luego lo habitó, para lo que trajo de donde pudo indios amigos, negros, mulatos, mestizos.

La riqueza del Bajío y la exigencia de la minería, pronto convirtieron a nuestra Intendencia en un centro industrial muy diversificado; en general, se trabajaba la lana de sus ganados, de los que se hacían muy buenas y famosas cobijas, jorongos, cobertores y otras prendas de vestir; igualmente se tejía el algodón, sobre todo haciendo mantas, de las que se confeccionaban los vestidos más generalizados; la piel se trabajaba tanto exuda para usos de la minería y la agricultura, como labrada para cientos de prácticas; la herrería hacía lo necesario para el trabajo minero y del campo; y así todas las artesanías de carácter utilitario, desde la cerámica pobre y sencilla hasta la policromada al igual que la cestería de vara, tule y carrizo, etc.

En 1792 había en la Intendencia de Guanajuato 10,753 trabajadores de fábricas y 16,605 artesanos.

El desarrollo minero, agrícola, e industrial, a su vez hicieron florecer el comercio. La intendencia producía todo, para s y para otros lugares y para otros lugares, por eso y la circunstancias geográfica de encontrarse en pleno corazón de la Nueva España, encrucijada de todos los caminos del centro, al norte y viceversa, hicieron que se desarrollará un gran intrincado tránsito mercantil, que efectuó la arriería.

A lo anterior: se le debe unir el gran número de centros de población que había, y la cercanía de unos a otro; siempre unidos hizo que fuese nuestra Intendencia de las mejor comunicadas, por donde caminaban las recuas y carreteras que traían y llevaban todo tipo de mercancías, productos de la tierra, otros de los que se carecían y por lo tanto se exportaban; riquezas de entrañas, salían para la Metrópoli; azogue y otros que venían para el beneficio minero; lujos de todas partes del mundo que se llegaban; noticias que se llevaban y traían y un buen montón de emigrantes gachupines, que dejando la vieja España venían a la Nueva, después de haber sabiendo lo rica que era la Intendencia de Guanajuato, y en donde podían "hacer la América".

El buen número de ciudades, villas, pueblos, haciendas y ranchos, todos muy bien poblados y muy cerca unos de otros, bien comunicados por caminos, por donde transitaban cientos de gentes, le aportaron a Guanajuato un índice alto de cultura, transmitida por la comunicación de boca a oído. Aquí pronto se sabía lo que sucedía en el norte y en el centro y sur de la Colonia, en el Palacio Virreinal y en el lejano Palacio Real. Después de la ciudad de México, Guanajuato era la región mejor informada del suceder social. A lo dicho, le unimos que en todos los lugares donde había religiosos regulares, éstos tenían escuelas, colegios y seminarios, como sucedía en Acámbaro, Yuriria, Salamanca, Celaya, San Miguel el Grande, León, San Luis de la Paz, Guanajuato, etc. En estos centros de enseñanza, los estudiantes, de acuerdo con sus medios económicos, recibían conocimientos; desde los rudimentos del saber leer y escribir y las operaciones fundamentales de la aritmética, hasta altos estudios de la filosofía; o sea recibían una buena embarrada de cultura general; llegando en algunos casos, sobre todo donde había discípulos criollos, a impartirles, a escondidas, algunos conocimientos de los filósofos modernos de la época, los condenados franceses, esos que estaban muy prohibidos por la Inquisición, tanto el leerlos como enseñar, su doctrina y aún el poseer sus obras.

De acuerdo con lo que acabamos de tratar de narrar, en 1810, en la Intendencia de que venimos hablando, había un contexto cultural muy generalizado y superior a muchas otras provincias, quizá únicamente inferior a la ciudad de México; por lo que más fija y profusamente estaban adheridos y difundidos los conceptos de libertad, autonomía y soberanía del pueblo; sobre todo entre los criollos ilustrados, de los que había por ser la población muy numerosa y existir los recursos económicos suficientes para impartir y recibir un regular pulimento cultural, que hacia entender y encausar de acuerdo con la filosofía política más moderna de aquellos tiempos, la inconformidad de criollos y demás clases sociales americanas, por la administración dominante y despótica que ejercía la Corona hacia sus Colonias. Además, de que esa misma preparación hacía que fácilmente fueran absorbidas, asimiladas y juzgadas justamente las noticias que venían de la Península, sobre la atolondrada forma de conducir los Reyes la vida política y social de las Españas, así con lo que sucedía en estos Reinos.

Seguro es que las clases sociales a partir del mestizo para abajo, incluyendo la indígena, no tenía el conocimiento académico que les permitieran dar soluciones que estuviesen acordes con los principios de la doctrina del Estado moderno de su momento, pero por su cultura engendrada y nacida por la constante información recibida, gracias a las muchas comunicaciones de toda índole y el contacto con todo tipo de personas que iban y venían y pasaban por su casa, que salían y volvían, tenían plena conciencia de lo que sucedía y sobre todo de aquello que los hacía sujetos directos de la injusticia gubernamental y social.

Por lo tanto, el hecho que 'la iniciación, de la Revolución de Independencia de México, haya sucedido en Guanajuato, no fue un acontecimiento casual, fortuito, sino que forzosamente tuvo que acontecer aquí, porque en las tierras abajeñas y sierras guanajuatenses se dieron las condiciones sociales, económicas y culturales, necesarias para tal acontecimiento.

Aires en contra sacudirían la floresta económica guanajuatense, pues el 16 de septiembre de 1810, el Sr. Don Miguel Hidalgo y Costilla, Cura de la Congregación de Dolores, iniciaría la lucha libertaria del pueblo mexicano, atado al yugo español por cerca de trescientos años.

Los contingentes insurgentes se acercaban a Guanajuato, él Intendente Riaño decidió defenderla en un principio haciéndose fuerte en el centro de la ciudad, posteriormente cambió de idea ante la conducta del pueblo minero de Guanajuato que veía con simpatía el acercamiento de los insurgentes por lo que prefirió meterse en la Alhóndiga de Granaditas, con todos los caudales oficiales y de particulares, como los españoles peninsulares y criollos que lo deseasen.

El día 28 de Septiembre de 1810 llegaron hasta las goteras los ejércitos insurrectos; Hidalgo pidió la rendición de la plaza, los hispanos la negaron y se inició el combate; cruel, despiadado, heroico; todo por ambas partes.

Los insurgentes, ante la imposibilidad de poder entrar a la alhóndiga, decidieron quemar la puerta de ésta, para eso se ofreció hacerlo un minero, vecino de Mellado, apodado El Pípila, el que losa en espalda, brea, ocote y mecha en las manos, valientemente logró acercarse hasta la puerta y prenderle fuego, lo que pronto ardió y permitió la entrada de los insurrectos.

Dentro del edificio todo se convirtió en confusión, gritos de terror, muertes, actos heroicos, rapiña. Mas tarde la ciudad toda fue teatro de los mismos actos, nacidos de las fobias gestadas por la opresión y sus consecuencias, a que estuvieron sujetos por muchos años los hombres de Hidalgo y sus ancestros, por un lado y por el deseo de salvaguardar sus intereses pecuniarios y sociales de privilegio de los realistas, por el otro.

Durante la noche del mismo día, cientos de cadáveres fueron sepultados en el río y campos santos cercanos a la alhóndiga entre ellos el del Intendente de Guanajuato, Don Juan Antonio de Riaño y Bárcena, muerto heroicamente en defensa de los intereses de su patria y monarca.

En los siguientes días, Hidalgo dictará varías Providencias, como: designar intendente afecto a los insurgentes, asesor de éste, formación de dos regimientos, que quedaron al mando de criollos de la localidad o avecindados en ella, la creación de una casa de moneda donde se acuñaría todo el dinero necesario para la causa por la que luchaban y una fundición para fabricar cañones, de los que totalmente carecían.

Después de algunos días, Hidalgo y sus contingentes salieron de la ciudad, la que quedó bien custodiada, para continuar la lucha, caminando de triunfo tras triunfo hasta sufrir la primer derrota en Aculco, para luego decidir, los principales caudillos, Hidalgo y Allende, el primero irse a Valladolid y luego a Guadalajara, que ya estaba en poder del guerrillero Torres, y el segundo a Guanajuato.

Allende se hizo fuerte en Guanajuato, se preparó a recibir el ataque del jefe realista Felix María Calleja del Rey, pero ante el empuje de éste, Allende furtivamente abandonó la ciudad; el desenfrenado pueblo se entregó al más despiadado acto de asesinato, al matar a todos los españoles y adeptos que como prisioneros se encontraban en la Alhóndiga de Granaditas. Como represalia, Calleja al entrar a la sufrida ciudad, el 25 de noviembre de 1810, dio órdenes de sujetar a degüello general a todo al que las tropas realistas encontrasen, que no fuese español. Tal orden se suspendió ante los ruegos del dieguino Fray José de Jesús Belaunzarán.

Los siguientes días, varias horcas se levantaron en algunas plazas de la ciudad, donde fueron ahorcados muchos partidarios del patriótico movimiento libertario, así como fusilados en el patio de la ya célebre Alhóndiga de Granaditas.

La guerra continuó por más de dos quinquenios y Guanajuato sufrió todas las consecuencias. Tuvo que llorar, el pueblo minero, reír el elemento español, el 14 de octubre de 1811, la llegada a esta ciudad de las envinagradas cabezas de los caudillos Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio AIlende, Juan AIdama y Mariano Jiménez, las que en groseras jaulas fueron colgadas en los cuatro ángulos del edificio de la Alóndiga, buscando el escarmiento de los americanos. Diez largos años permanecerían en tales sitios.

La ciudad, durante todo el curso de la contienda,: no dejó de ser constantemente atacada y defendida, indistintamente, por insurgentes realistas, hasta que Agustín de Iturbide consolidó la independencia; siendo ésta proclamada en la ciudad el 24 de marzo de 1821, y cuatro días, después los restos de los cráneos de Hidalgo, AIIende, AIdama y Jiménez, fueron descolgados de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas y sepultados en el camposanto de San Sebastián, entonces en las afueras de la población. La independencia fue solemnemente jurada en Guanajuato el, 8 de julio de 1821.

La pasada opulenta ciudad y sus minas, quedaron muy afectadas por los destructores resultados de la guerra; si al principiar la centuria había entre produciendo y abandonadas 1816 minas, 366 haciendas y zangarros de beneficiar metales, que contaban con 116 molinos y 1898 arrastres, donde trabajaban 9,000 obreros, moliendo 11,500 quintales de metal, con 14,618 acémilas y caballos; pues tan sólo la Valenciana ocupaba 3,100 operarios y gastaba anualmente 1,600 quintales de pólvora que costaban 80,000 pesos, siendo sus gastos globales de cerca de un millón de pesos, pero en cambio les producía a sus dueños de dos a tres millones de pesos anuales para todos teniendo entre el casco de la ciudad y sus minas dependientes, como ya lo anotamos muy cerca de cien mil habitantes. Riqueza e importancia que provocaron en 1803, las visitas del Virrey Iturrigaray y la muy importante del Barón Alejandro de Humboldt. En cambio al terminar la lucha armada casi ninguna mina se trabajaba, las haciendas y zangarros, en su gran mayoría, estaban destruidos, no se contaba con pólvora ni otros elementos necesarios para la producción minera y la población había bajado hasta cerca de 6,000 habitantes.

Algunos años de gran pobreza continuaron, sólo quedaban huellas de su pasada opulencia; sin embargo en 1821 se creó la Casa de Moneda, que posteriormente mucho acuñaría, haciendo de momento las monedas del poco metal que se extraía. Si Guanajuato vivía años de postración económica, en cambio su espíritu cívico, deseos de progreso y libertad, crecían en los primeros lustros de vida independiente nacional. Así como la solemnidad debida, el 31 de agosto de 1823 se exhumaron del panteón de San Sebastián los cráneos dé Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez y fueron llevados a la ciudad del México; dónde el 17 de septiembre siguiente se depositaron en el Altar de los Reyes de la catedral metropolitana, permaneciendo en dicho lugar hasta el 15 de septiembre de 1925, para ser llevados el siguiente, 16 al monumento a la Independencia, popularmente conocido como el Angel de la independencia, donde se encuentran hasta ahora. En 1824, México, después de la nefasta y cómica experiencia del Imperio de Iturbide, decide constituirse en federación, siendo Guanajuato, uno de sus Estados federados y la ciudad del mismo nombre su capital, teniendo la entidad un territorio casi igual al de la pasada Intendencia. En 1825 se establecen en Guanajuato dos compañías, de capitales ingleses para trabajar las mina y que fueron invitadas por el guanajuatense Don Lucas Alemán, las que dieron una buena inyección a la casi muerta industria regional, trayendo coma buena consecuencia que la población aumentó en número, llegando en el año de 1825 a la cantidad de 33,444 vecinos, en 1827 a 34,611, en 1828 a 35,589, en 1830 a 40,717, en 1831 a 48,954, bajando en 1833 a 43,872. Este lento ascenso se manifestó en varias formas, como por la creación de la primera policía citadina, que constaba de por lo menos dieciséis serenos, y con también el primer alumbrado público que hubo en la ciudad y que fue de farolas con aceite; ambas mejoras hechas en el año de 1827. En el siguiente de 1828 el antiguo Colegio de la Purísima Concepción, antes Hospicio y luego Colegio de la Santísima Trinidad, pasó a ser institución oficial del Estado, notablemente mejorado y enriquecido en edificio, biblioteca, laboratorios, personal, etc., gracias a las buenas intenciones del primer gobernante de Guanajuato, de la época republicana Don Carlos Montes de Oca. Ante la intención de España de rescatar su antigua colonia, manifestada con el desembarco de soldados españoles en Tampico, en 1829 son expulsados del territorio guanajuatense de la nación mexicana más de ciento cincuenta gachupines que vivían en nuestro Estado.



En la década de los treinta a los cuarenta del turbulento siglo XIX, fueron bien pocos los cambios que hubo en Guanajuato, haciéndose así notar muy sobresalientemente, como dice el Maestro Fulgencio Vargas "esa larga serie de desconciertos y descalabros que llenan las páginas de nuestra historia", pero que al fin vendrían a acabar de configurarnos. En cambio, los siguientes diez años, sobre todo a partir de 1842, con la grande bonanza de la mina de la Luz y otras cercanas, que pronto hicieron que en sus cercanías se desarrolla una población que llegó a tener suma importancia regional y nacional, impulsó a Guanajuato y lo hizo, nuevamente significarse, como había sido en tiempos idos; y en 1846 se constituye el municipio de la Luz, segregando de la capital el territorio necesario. Pero sin embargo, los beneficios llegaban hasta esta ciudad, la que fue creciendo sobre todo hacia el antiguo panteón de San Sebastián y Hacienda de San Agustín; así, en el año últimamente dicho, se iniciaron las primeras construcciones de lo que con el tiempo sería el Paseo de la Presa de la Olla.

Se vino la guerra contra los Estados Unidos, México la pierde y también la mitad de su territorio, que entrega por medio de los tratados de Guadalupe Hidalgo, y muchos mexicanos inconformes con tales convenios se pronuncias contra el gobierno mexicano que los aprobó. Así, el General Mariano Paredes, el Padre Jerauta y otros, se levantaron en armas en Aguascalientes, y se vinieron a la ciudad de Guanajuato, donde se hicieron fuertes, manteniendo la lucha por algún tiempo y finalmente fueron derrotados los insurrectos, perdiendo la vida al ser fusilado en Valenciana el Presbítero Celedonio Domeco Jerauta, el que se encuentra sepultado en la que fue capilla de Santa Faustina de la Basílica de Guanajuato.

Guanajuato, con dolor por el injusto despojo de parte del territorio nacional por los norteamericanos, sigue trabajando en sus minas; las compañías inglesas adelantaron poco y se fueron, pero al fin y al cabo dejaron en subida la minería local, introdujeron la primera máquina de vapor que hubo en el Estado, la que fue sentada en la mina de Valenciana para desagüarla, sin que lo hubiesen logrados pues al poco tiempo y la abandonaron, y volvió a inundarse la prestigiada mina. Sin embargo la mina de la Luz y otras de ese distrito siguieron en plena bonanza lo que hizo que se destacara otro nuevo apogeo regional qué se manifestara, sobre todo en el aumento de la población de Guanajuato, pues en 848 había 48,954 habitantes y en el siguiente subió a 49,827; pero bonanza y aumento de población trajeron sus consecuencias, como, que en esta ciudad se cometían mayor número de delitos de sangre y contra los patrimonios, que en ningún otro lugar del Estado; pero al contrario también en los mismos años era el sitio donde más escuelas había, tanto pagadas por el Estado como por el Municipio, pues el número llegaba a once planteles de instrucción primaria para ambos sexos, siguiéndole León que tenía nueve primarias. En el Colegio del Estado, ahora Universidad de Guanajuato, en 1849 se impartían las cátedras de Derecho del primero al cuarto curso, Física, Lógica y Metafísica, Retórica y Religión, Geografía, Matemática, en dos cursos, Química, Minerología, Latín en dos cursos, Francés en dos cursos, Pintura y Dibujo; donde había entre y externos 115 alumnos, y contaba con un presupuesto anual de 16,400 pesos.

En 1851 tuvo la ciudad por primera vez, agua conducida por tubería desde la Presa de la Olla, que desembocaba en varias fuentes distribuidas por todos los barrios; hasta se dieron el lujo de tener unos baños que rivalizaron en instalaciones con los mejores de la capital mexicana.

Al año siguiente se puso en servicio el "Camino de Arriba", que iba de esta ciudad a Marfil por la cuesta de la loma del Cerro Trozado, y que venía a suplir el complicado tránsito que antes se hacía por el cauce del río entre estos dos puntos. Camino fundamental para la economía minera, pues en Marfil se encontraban el mayor número, de plantas de beneficiar metales.

En esos tiempos había en todo el distrito minero de Guanajuato 36 minas en plena producción, que hacían trabajar a 32 haciendas y 5 zangarros, que contaban entre todos con 1019 arrastres.

La creciente minería también hacía aumentar el número de enfermos que producían las minas, por lo que se contaba con un buen hospital, instalado en las antiguas edificaciones de los Betemitas y que en estos tiempos estaba bajo la administración de las Hermanas de Caridad y se sostenía, con los réditos de varias hipotecas y con los productos de parte de una barra (acción) de la mina de San José, de los Muchachos del distrito de la Luz. Pero como no todos los enfermos sanaban, sino que normalmente los efectos de su salud por haber trabajado en los interiores de las minas, no tenía salvación, fue necesario que en el año de 1853 se iniciara la construcción de un nuevo panteón, pues el de San Sebastián ya era insuficiente, el que fue terminado en 1861.

El progreso de los nuevos tiempos empezó a llegar a Guanajuato; en el mismo año de 1853 ya se contó con comunicación telegráfica; primero de esta ciudad a Silao y León, luego con Irapuato, posteriormente se fue extendiendo a Salamanca, Celaya, Querétaro, México y Veracruz; del que se hacía mucho uso en la ciudad de Guanajuato, pues la población iba en aumento, llegando en el año de 1854 a 63,000 habitantes.

El 5 de febrero de 1857 se Promulga la nueva Constitución General de la República y en la ciudad de Guanajuato se jura solemnemente el 24 de marzo del mismo año. Su aplicación trajo consecuencias, los enemigos de ésta hacen salir de la ciudad de México al Presidente Benito Juárez, el que radica en Guanajuato desde el 17 de enero de 1858, instalando su gobierno y declarando provisionalmente Capital de la República a esta ciudad el siguiente día 19, donde permaneció hasta los últimos días de febrero.

La intromisión en nuestros asuntos domésticos Napoleón III con sus ejércitos franceses y Maximiliano y su ridículo Imperio, nuevamente nos llevaron a la guerra y Guanajuato y su Estado desempeñaron su papel patriótico con grandeza, pero, sin embargo los guanajuatenses tuvieron que soportar la presencia, primero de los ejércitos invasores, los que llegaron el 9 de diciembre de 1863, y se fueron el 26 de diciembre de 1866, y luego la de Maximiliano, su esposa y chocante corte, que arribaron a ésta el 18 de septiembre de 1864 donde estuvieron ocho días, haciendo cárcel la histórica Alhóndiga de Granaditas, que permaneció en ese estado hasta 1949 y asistiendo a fiestas y visitas de carácter puramente sociales.

No obstante tan bruscos advenimientos en nuestro proceso histórico, que venían a alterar la paz y por lo tanto la tranquilidad, el progreso de Guanajuato no se detenía, aunque como es lógico pensarlo si bajaba la velocidad de su desarrollo. Así, aunque la población había descendido en número, pues en 1865 el casco de la ciudad tenía 36,560 almas, los poblados de Valenciana 1,800, Mellado 1,850, Rayas 750 y Cata 350 vecinos; se contaba con un palacio para el poder ejecutivo y otro para el legislativo y judicial, una central de diligencias, un hotel, hospicio para pobres, mesones, dos imprentas, oficina de corres, un teatro cuya construcción y funcionamiento venían desde las postrimerías de la etapa colonial, plaza de toros, muchos comercios y multitud de fincas privadas que se habían construido en los últimos tiempos y de acuerdo con los estilos más modernos de la época, que eran de influencia francesa. En el Colegio del Estado, se habían aumentado las cátedras de inglés, historia, economía política derecho natural y penal, además nos dice Don José Guadalupe Romero: "Cada joven tiene su cuarto, la comida y el servicio son los más decentes que visto entre todos los colegios de la República; el Estado sostiene un alumno por cada municipalidad. Las cátedras de física, química y mineralogía cuentan con excelentes aparatos, instrumentos y demás útiles para la enseñanza; hay también un observatorio astronómico y una biblioteca pública con abundante surtido de obras científicas y morales. . .”

En este mismo renglón educativo, el antiguo colegio de San Luis Gonzaga que funcionaba en el centro de la ciudad fue cambiado en el año de 1867 al edificio del convento de Valenciana y recibió el nombre de Colegio de Santa María, y fue dedicado primordialmente, al estudio de las lenguas clásicas, alcanzando en muy pocos años gran fama, por sus excelentes resultados en tales disciplinas.

En el mismo año dicho últimamente, se restableció la República con la derrota del Imperio de Maximiliano, y México y Guanajuato vuelven al cauce interrumpido, el que vuelve a acelerarse un poco con la bonanza minera que sucede en 1868 en la cercana mina del Nopal, acarreando un nuevo aumento en la población, pues en este año llegó a la cantidad de 56,012 habitantes.

Don Benito Juárez gobernaba la nación, hasta que adivino su fallecimiento en 1872, y sucedió Don Sebastián Lerdo de Tejada. La política de ambos, en sus tiempos, propiciaron el incremento minero guanajuatense; y así, en 1874 la mina del Nayal, gracias a los buenos trabajos de técnicos, entró en un periodo de bonanza, que hizo presumir que pronto estaría a la altura de lo producido en sus buenos tiempos por la Valenciana, o por la Luz. Por las mismas buenas causas, en Guanajuato y en el mismo año dicho, trabajaban más de 40 haciendas de beneficiar metales, donde en el año se consumieron 4279 quintales de mercurio, 2331 de sulfato y 26,718 cargas de sal; las que tenían entre todas 1017 arrastres, de los cual 945 eran movidos por mulas o caballos, los que consumieron en el mismo periodo 232,648 cargas de pastara, 33 con la fuerza de las aguas de ríos o arroyos y 39 con máquinas de vapor; moliendo entre todos 729,193 cargas de material. En dichas haciendas trabajaban 1324 empleados que costaban anualmente 329,923 pesos.

En 1876 triunfa la revolución tuxtepecana, iniciada contra la tentativa de reelección del Presidente de la República en turno, y aparece en la palestra histórica el periodo porfirista, en el que Guanajuato y el Estado se desarrollaron mucho materialmente, gracias a la paz de las bayonetas, horcas y cárceles.

Son bien sabidas y discutidas, las formas de que se valió el eterno Presidente de la República, General Don Porfirio Díaz, para lograr el desarrollo material del país, siendo Guanajuato una de las ciudades más beneficiaras, gracias al nuevo laboreo de las minas por también nuevas compañías extranjeras, sobre todo norteamericanas, que Díaz propició con su política la venida de éstas; llegando a haber, entre otras las siguientes: The Guanajuato Developmen Comp, The Guanajuato Consolidated Mining and Millin Comp., The Guanajuato Reduction and Mines Comp., Providencia Mining Comp., El Cubo Mines Comp., Nueva Luz Mines Comp., etc. etc. etc. etc.

Como estas compañías vinieron a México protegidas con todas las facilidades y seguridades que les proporcionó el régimen porfirista, luego hicieron buenas inyecciones de dinero en la minería guanajuatense y negociaciones anexas, por lo que pronto tuvieron excelentes resultados económicos y las fuentes de trabajo para los vecinos. Del lugar aumentaron, pues tan sólo en 1878 ya habían 1053 arrastres en cerca de cincuenta haciendas y zangarros donde se molían anualmente 831,100 cargas de mineral, ocupando los servicios de 1406 empleados, y el gasto de dichas haciendas subió en el año dicho a 1,621,480 pesos.

Pues esas haciendas y zangarros tenían que beneficiar los metales de cerca de cuarenta minas, entre antiguas y recientes, que estaban en explotación y producción; algunas como la de San Cayetano que en 1883 para adelante, tuvo una gran bonanza.

A partir de este momento Guanajuato entró a otra época de gran desarrollo y riqueza minera que vendrían a terminar basta la segunda decena del siglo XX.

Las compañías extranjeras y las pocas nacionales, como los particulares, cada día buscaban nuevos yacimientos argentíferos pues la codicia los obligaba a no estar satisfechos con los pingües productos que les daban las explotaciones existentes; así, en el año de 1884 hubo 123 denuncios de minas abandonadas o de nuevos descubrimientos en el siguiente de 1885 hubo 62 y en el de 1886 se denunciaron 56.

Está nueva riqueza no sólo fue debida a la sin duda buena cantidad de minerales preciosos con que contaban las entrarías de Guanajuato sino también a nuevos métodos de explotación, como el cambio del muy antiguo sistema de beneficio por azogue, o también llamado de patio, por el nuevo e importado y aplicado recientemente en Guanajuato de cianuración, que hacía más rápido y de menos costo la separación de las platas de las “impurezas". También vinieron a ayudar a este florecimiento, la llegada del ferrocarril y la electricidad; el primero vino a hacer más rápido él traslado de los minerales, de las materias y maquinarias necesarias para la minería, como a abaratar los costos de conducción; la segunda, evolucionó la industria supliendo a la antigua máquina de vapor al hombre y las bestias, en muchos de los trabajos ejecutados en los interiores mineros como en las plantas externas.

El ferrocarril o al cercano Marfil en el año de 1882; al construirse la estación de Tepetapa, lo prolongaron hasta las orillas de la ciudad. Guanajuato contó con electricidad desde 1880 primero en la Plaza Mayor, hoy Plaza de la Paz, luego en 1883 en el jardín de la Unión y algunas minas, y en 1884 en casi toda la ciudad y en la mayoría de las minas y haciendas.

Como era mucho el dinero que se movía en la ciudad, desde 1882 se establecieron en esta plaza el Banco Mercantil Mexicano y el Banco Nacional de México; en 1889 el Banco de Guanajuato.

El incremento minero y su riqueza producida, traerían otros progresos a la ciudad, como los teléfonos, que fueron instalados desde 1882; los tranvías corrieron por sus calles desde el mismo año; desde 1880 se contó con un observatorio astronómico instalado en el Colegio del Estado; había un numeroso y bien equipado cuerpo de policía; el teatro con que se contaba (el Principal) era ya insuficiente, por lo que en 1872 se inició la construcción del majestuoso Teatro Juárez; se fueron creando hospicios bien equipados para niños, niñas, ancianos y mendigos; se hicieron los jardines del Cantador y el Florencio Antillón; se construyó la actual cúpula del templo de la Compañía, pues la anterior se había derrumbado en 1808; el Monte de Piedad se creó en 1808; para evitar la falta de agua, que constantemente se sufría, se construyó la Presa de la Esperanza, terminándola en 1893 y se inauguró el 16 de septiembre del año siguiente; el cinematógrafo llegó por 1897; en 1900 se terminó la fábrica del nuevo palacio de los Poderes Legislativo y Ejecutivo, el que tuvo un costo de un poco más de ciento cincuenta mil pesos; en la Plaza Mayor se levantó una estatua para conmemorar la paz que vivía, la que se inició en 1895 y se terminó en 1898, costando 27,619 pesos, y cuyo proyecto y ejecución fueron del arquitecto Jesús Contrera: luego siguió el monumento a Hidalgo que se encuentra en el Parque de las Acacias, el que tuvo un costo de 15,829 pesos con 44 centavos, sin tomar en cuenta la estatua del Padre de la Patria que fue regalo del Presidente Díaz; se empedraron todas; las calles citadinas y de los poblados mineros cercanos, etc., etc.

En el año de 1900 se clausuró la Casa de Moneda de Guanajuato, la que en su larga vida, desde 1821 llegó a acuñar 334,174,459 pesos.

Con toda la pompa y lujos usuales en la época, en el año de 1903 se recibió en Guanajuato, al General Presidente Porfirio Díaz, esposa y cortejo, que vinieron a realizar varias inauguraciones; la del Teatro Juárez, que fue, y es el más bello de México, la Presa de La Esperanza, el Monumento a la Paz, el Monumento a Hidalgo y el Palacio de los Poderes Legislativo y Ejecutivo.

Por 1906 los guanajuatenses se admiraron con la llegada de los automóviles a la ciudad; un nuevo mercado se inició en 1909 y se terminó en 1910, poniéndosele por nombre “Mercado Hidalgo” el que costó 221,879 pesos y 89 centavos.

El renglón educativo también fue para adelante; en 1870 principió su trabajo la Escuela Normal para Señoritas; en 1878 los católicos crearon una escuela de artes y oficios, para el pueblo; por la misma fecha el Colegio del Estado, contaba con cuarenta y una cátedras, habiendo estudios preparatorianos y profesionales de abogado, escribano, médico, farmacéutico, ingeniero de minas, geógrafo, beneficiador y ensayador, una buena biblioteca con más de quince mil volúmenes, laboratorios de física, zoología, botánica, mineralogía, etc., donde se preparaban aproximadamente trescientos alumnos, contando para su mantenimiento académico con setenta mil pesos anuales; seguía trabajando muy bien el colegio de Santa María de Valenciana, que tenía alrededor de sesenta alumnos en estudios preparatorianos; en la penitenciaría ,de Granaditas se creó una escuela de artes y oficios para los reclusos, donde aprendían zapatería, sastrería, textiles, carpintería, cerería y hojalatería en 1883, para suplir la escuela de medicina que se había cerrado en el Colegio del Estado, varios médicos particulares crearon la "Escuela Libre de Medicina, Farmacia y Obstetricia", que pronto contó con más de treinta alumnos; las escuelas de instrucción primaria, tanto oficiales y particulares habían aumentado hasta el número de 96, donde se educaban cerca de cuatro mil quinientos menores, de ambos sexos.

En 1895 el municipio contaba con 82,416 habitantes, radicados la gran mayoría en la ciudad y dedicados a la minería su mayor número, siendo la población donde más delincuencia sucedía, entre todas las del Estado; la ciudad había crecido hasta contar con 220 manzanas dentro del perímetro citadino, con un total de 5,932 casas, 3 manzanas en el mineral de Cata que tenían 146 casas, 14 manzanas en Mellado con 391 casas, 7 manzanas en Rayas con 236 casas, 14 manzanas en Valenciana con 404, casas y 25 manzanas en Marfil con 782 casas, las que sumadas daban un total de 7891casas en 283 manzanas comprendidas en 33 cuarteles, que abarcaban mas de 400 calles y callejones conocidos, más los ignorados, con 26, plazas y plazuelas, chicas y grandes, feas y bonitas, con fuentes o sin ellas; la totalidad de las propiedades urbanas tenían un valor de mas de tres millones de pesos, lo que había acarreado mayor recaudación de impuestos por ese concepto, que se convertían en aumento de las rentas públicas y por lo tanto en mayor presupuesto estatal y municipal, con lo que se realizaron las mejoras materiales que hemos dicho.

1910. Año de la iniciación de la última revolución grande. Esta llegó a Guanajuato con su cauda y se quedó. Don Porfirio y su época se fueron. Largos y penosos años para la economía regional. Nuevamente la minería en picada. Inseguridad oficial. Gobiernos van y vienen. Triunfan éstos, luego aquellos. Hoy llegan Carrancistas, mañana Villistas, y al siguiente día solo bandidos. Unos tienen bandera definida, otros ni a bandera de papel llegan. Planes aparecen y Planes sobre planes y nos llenamos de ellos. Hombres probos, otros no tanto y unos abiertamente pillos. Pero entre la borrasca brotó lo bueno que se hizo ley: La Constitución de 1917 y las leyes que de ella emanaron. Los artículos 27 y 123 constitucionales y las leyes desglosadas de éstos.

Presión oficial para que las compañías mineras extranjeras cumplieran con las nuevas leyes. Negativa de las compañías. Apoyo abierto o escondido a estas sociedades por sur, gobiernos. México sufre presiones externas, pero México se montó en su macho. Cumplir con la ley costaría largos años de penurias, pobrezas, decaimiento económico, retirada paulatina de las compañías, hasta que casi finalmente se van. ¿Pero qué han dejado en Guanajuato? Un buen montón de ruinas y enfermos de silicosis, minas aguadas, haciendas viejas y destartaladas, poca población, casas calléndose, comercio raquítico, pueblos mineros fantasmas, donde ni los perros ladran; profundas oquedades en el subsuelo y unos cuantos apellidos, que sólo viven de recuerdos. Todo lo anterior y más, era Guanajuato antes de 1950. Ciudad que más que agonizar, ya olía a muerte.

En la decena de los cincuenta a los sesenta, gracias a un magnífico gobernante, el Sr. Lic. Don José Aguilar y Maya, Guanajuato se consolidó políticamente, y la ciudad capital da pasos hacia a delante; aparecen obras materiales, como el edificio central de la Universidad, además de que a ésta se le aumentan gran número de escuelas y nuevas dependencias académicas y artísticas, entre ellas la Orquesta Sinfónica y el Teatro Universitario; la Escuela Normal Primaria contará con un edificio más amplio y bello; se hace la famosa calle Belaunzarán, sobre el lecho del río; se adoquinan varias calles y callejones; se construye el feo Palacio del Poder Ejecutivo; nace una biblioteca pública; se inician los trabajos museográficos de la Albóndiga de Granaditas, que hacia pocos años había dejado de ser cárcel y se quitan las construcciones que estaban adheridas a este histórico edificio; se construyó la presa de La Soledad, por ser ya insuficiente el agua que captaba la de La Esperanza y siempre nos amenazaba la sed, además de que se montaron los filtros que purificaron desde ese momento el agua que consumimos. Ya con agua salubre, se inició la propaganda pro - turismo y éste se dejo venir, primero pocos, luego más. Guanajuato era conocido desde tiempo atrás, pero visitantes no venían, por temor al "agua bronca" que bebíamos; ya filtrada ésta, hubo seguridad para la salud.

Se continuaron varios gobernantes y todos ellos han ido poniendo su grano o granos de arena para el resurgimiento de Guanajuato, uno continué la calle sobre el cauce del río, invitó a hoteleros a invertir aquí; otro realizó la carretera panorámica y dio principio al Festival Internacional Cervantino, que desde 1972 se desarrolla en Guanajuato cada año; el siguiente proyectó el festival, adornó con monumentos la ciudad y construyó escenarios para tal evento; el que continuó se enfrentó nuevamente al problema ancestral del agua. Guanajuato en mucho debe su vida a este líquido, porque en ocasiones es más que bastante y en otras ni para beber alcanza.

Cuando ha sido bastante, se ha llegado a inundaciones, las que las ha habido en 1704, 1741, 1760, que fue catastrófica; otras de igual magnitud en 1770 y 1772; nuevamente en 1780, lo que obligó a las autoridades a dictar varias disposiciones para evitar dichas catástrofes; y siguieron en 1794, 1804, 1828, 1834, 1867, 1868, 1873, 1882, 1883, 1885, 1902, 1905, etc., etc.

Unas terribles, otras grandes y también chicas, todas han hecho daño de acuerdo con su magnitud, las que siempre explicaron a las autoridades y vecinos a buscar remedios, con diques, represas, limpiezas periódicas del río, puntas de diamante, encauzamiento, el largo túnel del Cuajín que se terminó en 1908, etc.

La carencia de agua, también ha perjudicado muchos a esta ciudad; entre otras, a lo largo de su historia ha habido las siguientes temporadas de sequías: varias en los siglos XVI a la primera mitad del XVIII, lo que obligó en 1741 a la construcción de la presa de la Olla para reservar agua, y como ésta no fue, suficiente, en 1778 se construyó la de Pozuelos; las sequías continuaron por 1782, 1790, 1808, 1830, 1840, 1863, 1864, 1883, 1891, 1892, 1908 1917, 1946, 1977 a 1982.

Soluciones, se han ido dando y haciendo a lo largo de los tiempos, como la ofrecida en 1832 por un particular al Ayuntamiento, de meter entubada el agua a la ciudad desde la presa de la Olla, lo que posteriormente se haría realidad; la perforación de un pozo artesiano en 1884, en cercanías de la presa de la Olla, obra que se inició pero que no dio resultado; la construcción de la presa de la Esperanza y la distribución dé; su agua captada, por tuberías modernas; :en 1955 la construcción de la nueva presa de La Soledad y la elevación posterior en siete metros de su cortina; en 1983 se terminaron la perforación de nueve pozos profundos en la región de Puentecillas y el agua ha sido conducida a la ciudad por tubería, asegurándose con tal, por varios largos años la seguridad de contar con agua suficiente para el consumo.

Esta trascendental solución ha sido dada como remedio a los largos años de sequía se han padecido desde 1977, pues en este año la precipitación pluvial llegó a 722.7 milímetros, que es el mínimo aceptable en la región; en el siguiente año de 1978, esta fue de 836.7, el de 1979 fue de 574.4 milímetros, el de 1980 tuvo 681.1, 1981 fue de 674.6, 1982 de 492.2 milímetros. Por lo anterior los vasos de almacenamiento con que contaba la ciudad, que son las presas de la Esperanza y la Soledad, se agotaron totalmente, llegando los vecinos del lugar a la desesperación, sobre todo en los primeros meses de 1983, en los que ya no hubo nada de agua.

El pueblo reclamó ese líquido tan preciado, sobre todo cuando no se tiene, y el gobierno fraguó un plan de emergencia; que consistió en proporcionar 9400 pipas de agua, que repartieron gratuitamente por todos los lugares de la ciudad 75.2 millones de litros de agua durante cien días; poniendo además cuatro depósitos movibles, bien situados, con 8000 litros de agua cada uno, para de allí surtir a todos los puntos, sobre todo los más necesitados. Para llenar tales tanques, como para llevar el líquido por toda la ciudad, se movieron las 24 horas de los cien días dichos, 14 camiones—pipas y 8 camionetas, hasta que se logró la solución definitiva.

Esta solución se venía trabajando por el gobierno del Estado desde el año de 1979, haciendo gestiones ante la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas del Gobierno del Estado desde el año de 1979, haciendo gestiones ante la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas del Gobierno Federal, para que se hiciera un proyecto de abastecimiento de agua a la ciudad de Guanajuato.

Los estudios los hizo la Secretaría de Desarrollo Urbano y Obras Públicas del Gobierno del Estado, y se llegó a la conclusión de perforar pozos profundos en la región de Puentecillas, que dista de Guanajuato 12 kilómetros.

Se hizo el proyecto conducente, el que se terminó en septiembre de 1982. Ahora sólo faltaba contar con el dinero necesario para la obra, pues ésta resultaba costosísima, pues traer el agua desde su nacimiento, significaba, aparte de reconocer el largo trayecto de separación de Puentecillas a Guanajuato, el tener que elevarla en 299 metros, ya que Puentecillas se encuentra a 1810 metros sobre el nivel del mar y el tanque se encuentra en el cerro del Venado, ya sobre Guanajuato, está a 21109 metros.

Ante la urgencia, el Gobierno del Estado se echó la obra a cuestas, y en los primeros meses de 1983 se dio principio la perforación de los nueve pozos que surten el agua; se localizaron mantos ricos, los que resultaron de agua potable, y de inmediato se procedió al zanjeo y tendido de tubería, para lo que previamente se hicieron caminos para llevar hasta sus lugares los tramos de tubos.

Se instalaron 28.7 kilómetros de tubería, entre los pozos y la traída a la ciudad; estos fueron de desde 6 hasta 20 pulgadas de diámetro, con paredes de espesores de media y un cuarto de pulgada, en tramos de 12 metros; usando 2400 de éstos. Tan sólo en la unión de los tubos se gastaron 17 toneladas de soldadura.

Se montaron 250 válvulas tanto de expulsión y admisión de aire, como de otros servicios.

A 4.5 kilómetros de distancia de Puentecillas hacia Guanajuato se hizo un gran tanque con una capacidad de 1300 metros cúbicos, o sea 1,300,000 litros de agua. De este tanque al siguiente hay una distancia de 7 kilómetros, el que tiene capacidad de 2000 metros cúbicos, o sea 2 millones de litros; de donde se condujo al tanque que ya existía en el Cerro del Venado, el que tiene de capacidad 1000 metros cúbicos, o sea un millón de litros.

Cada uno de los pozos tienen un promedio de 350 metros de profundidad, equipados con bombas suficientes y de suma fuerza, las que para su movimiento cuentan con la alimentación eléctrica suficiente, que se conduce por 12.4 kilóme6tros de alambrada.

Las obras todas duraron en ejecución cinco meses, trabajando de 800 a 1200 personas, según las necesidades.

El agua llegó a Guanajuato en el mes de mayo de 1983.

El costo total fue de 950 millones de pesos, de los que el Estado aportó 650 millones, pues el resto lo donó la nación a través de Petróleos Mexicanos con los tubos necesarios.

En 1983 la ciudad de Guanajuato cuenta con aproximadamente 70,000 habitantes, y actualmente hay agua para mantener a 115,000 personas, o sea un 64% más de la población existente en el año dicho.

Así pues, la amenaza de la sed está erradicada de la ciudad de Guanajuato, por lo menos por muchos años, hasta fines del presente milenio, lo que nos garantiza una vida placentera y feliz, carente de preocupaciones por ese concepto, que parece nuevamente se retira de los guanajuatenses y visitantes.

Isauro Rionda Arreguín.

Mineral de Mellado, Guanajuato, invierno de 1983.












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